sábado, 30 de abril de 2011

Desventura del fútbol


Hace tiempo asumí mi papel de delantero chupóptero, estaba gordo, me cansaba enormemente bajar a defender, era un niño tímido(qué niño no lo es en esencia...), prefería más bien, casi siempre, contemplar el jolgorio caótico de las carrerillas que dábamos tras el balón; y pensaba que para estar pegado al poste esperando un hipotético rechace, y coronarme con la ironía en las miradas de mis compañeros de juego, era mejor Platón, una visión ideal que conjurara la ignorancia que vivía en mi y me ayudara a crecer, y sentir una libertad de pensamiento, sentir algo sólo ideal, carente de materia, liberado del farragoso devenir de la escuela. 
Sí, con aquellas pueriles y simpáticas pachangas, se hacía uno una ligera idea  de filosofía vitalista que le daba sentido a las interminables horas de quebrados y reglas de tres, que crecían exponencialmente hasta el infinito, provocando vértigo. Recuerdo que una mañana, se unió al partidito un señor cura jovencito, profesor de caridad cristiana y otras memeces. Yo, como de costumbre me puse a tomar el sol y verlos jugar. Fué una impresión graciosa al principio, ver al curita intentando llegar hacia la pelota, con la sotana convertida en una especie de negro espantapájaros: imposible que ese hombre acertara con algo redondo, a veces( no voy a decir esférico por no...) el balón impactaba en la sotana y moría entre los pies del religioso, pero antes que consiguiera darle, alguno de los niños se lo quitaba de entre las piernas, y en una de esas dio el curita una patada al aire y cayó sentado. 
Iba pasando la vida, y el fútbol iba pasando también, con una absoluta tranquilidad, al margen de las muchas alegrías y disgustos que provoca. Luego lo cambié por el baloncesto, que se me daba mejor. Primera gran desventura, el fútbol perdió a un delantero con un perfil único, que hubiera dado una tardes de gloriosa risa. Ganó por otro lado, un espectador más, desinteresado y generoso. Siempre estuvo ahí, y alguna tarde me distrajo de la pena y la inutilidad de tantas cosas, tampoco pudo ser un bálsamo maravilloso nunca. El fútbol siempre fue de general interés para el orbe. El orbe se identifica con lo redondo, que rueda sin parar, hasta estrellarse en la red de la relatividad: y la órbita del balón se traza con   la inteligencia dinámica del hombre, se conjuga con su historia. Como aquél curita ramplón, tanta gente sentada frente al fútbol, culés universales ¡qué sepáis que nos gusta mucho más Platón que cualquier otro clásico y por esa razón seguiremos viendo partidos de fútbol, de pie, si hace falta!

                                     Betis by Silvio y Sacramento on Grooveshark

lunes, 25 de abril de 2011

Alternativas a ser y tiempo




Modelo filipino: hacerse el fino limpiando un poco la casa.










Modelo europeo: Quitarse la máscara para saludar.















Tocar el saxofón, sólo para niños,(modelo multicultural con tintes raciales).











Modelo existencialista francés típico: Callar y volver con la casa a cuestas.







   Si no se sienten identificados con estos tres modelos básicos, les felicito, gozan de un saludable cabreo; será difícil hacerles perder el equilibrio. Si por el contrario, piensan que, en cierta forma, de alguna manera, encajan en alguno, no se preocupen; esto pasa hasta en las mejores familias.
   Precisamente, en la lectura de Heidegger he comprendido de una vez, la caleidoscópica magnitud del ser, y no he querido evitar el trastorno que llevo acumulado, a causa de mi natural propensión iconoclasta y diletante, que ha nadie importa, por otro lado, como debe ser. Por este lado del trastorno, las cosas no se ven tan mal.
Sin embargo, si miramos de frente la cuestión, el problema de la autenticidad del ser no se puede resumir con unos cromos divertidos, que además generan una ambigüedad aparente y molesta. Sin duda sobre este tema, el filósofo advierte desde la distancia  que le da el afuera, un característica fundamental del ser ahí:
   "El angustiarse abre originaria y directamente el mundo en cuanto mundo. No se trata de que primero se prescinda del ente intramundano y se piense tan sólo el mundo, ante el cuál surgiría entonces la angustia, sino que, por el contrario, la angustia como modo de disposición afectiva, abre inicialmente el mundo en cuanto mundo."
  Heidegger, en algún momento pensó suficientemente, el grado de inautenticidad que habría de asumir el ser humano en sociedades cada vez más avanzadas, donde el sentido de la vida se diluye, en una marea de información, desorganizada y fugaz. Le llama habladuría; no en un sentido peyorativo, sino general, aludiendo al ingente comercio de la cotidianidad; que en esta era de la comunicación digital, se multiplica sin freno. Lo inauténtico, por tanto, es inevitable. Mejor, ¿no? Un problema menos.


                                         Have Yourself a Merry Little Christmas by Dexter Gordon Quartet on Grooveshark



viernes, 1 de abril de 2011

afueras

Collage de Paco Marcos



( Sobre la duda. )*

Claro es que la duda que yo os aconsejo no es la duda metódica a que aluden los filósofos, recordando a Descartes. Una duda metódica será siempre pura contradictio in adjecto, como un círculo cuadrado, un metal de madera, un guardia de asalto, etc., Porque él tiene un método o cree tenerlo, tiene o cree tener un camino que conduce a alguna verdad, que es precisamente lo necesario para no dudar. Cuando leáis la obra de Descartes, el mayor padre de la filosofía moderna, veréis cómo es la duda la que no aparece en ella por ninguna parte. Descartes es fe madura en la ciencia matemática, sin la cual es casi seguro que no habría nunca filosofado. Y en verdad que nadie a pensado en colocar a Descartes entre los escépticos. Pero yo no os aconsejo la duda a la manera de los filósofos, ni siquiera de los escépticos propiamente dichos, sino de la duda poética, que es duda humana, de hombre solitario y descaminado, entre caminos. Entre caminos que no conducen a ninguna parte.

   Antonio Machado

* Publicado en el número 3 de Hora de España con el título de Sigue hablando Juan de Mairena a sus alumnos.
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